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11 de julio de 2010

CONDICIONES PARA SER FELIZ



El ser humano persigue el bienestar, desde siempre ha perseguido la satisfacción interior, eso que denominamos felicidad y a esas condiciones mínimas que el recién nacido ha de tener en los primeros años de vida para alcanzar una madurez feliz, así como para proporcionarle la mejor capacidad de adaptación a las vicisitudes de la vida, son a las que aquí nos vamos a referir.
Son muchas las especies animales, que además de la herencia genética, precisan de otras condiciones para ser ejemplares claramente representativos de su especie, es decir, por ejemplo un leopardo africano que no supiese cazar no sería un adecuado representante de su especie. Para ello necesitará una madre que le proteja, cuide, sirva de modelo y le enseñe los trucos necesarios para una caza exitosa, asimismo precisará de un entorno adecuado, para el cual está dotado y no podrá sobrevivir por ejemplo en el Polo Norte.


Con el ser humano sucede lo mismo, no serán adecuados representantes de la especie humana los niños salvajes, ya que ellos carecen de lenguaje y otras habilidades que nos caracterizan, por ello, si pretendemos un humano adulto sano, equilibrado, adaptado y feliz, también harán falta unas condiciones mínimas que le permitan un sano desarrollo físico y psicológico. Sin una adecuada alimentación, su desarrollo físico no será el deseable, si no toma leche adecuada y suficiente en sus primeras etapas, sus huesos serán quebradizos y su desarrollo insuficiente. Pero ¿qué otras cosas precisará el ser humano para alcanzar una madurez adecuada? Al decir adecuada, quisiera referirme tanto al desarrollo físico como psicológico, que le lleven a unas actitudes y formas de pensar que le proporcionen equilibrio y felicidad.

La primera condición, como ya hemos dicho, será una alimentación adecuada, normalmente la leche materna. Una segunda condición es el cariño, la caricia, la voz, el contacto físico. Hoy sabemos que los niños prematuros que son sacados un par de horas a diario de la incubadora, para permanecer en brazos de las madres, oír su voz y sentir el contacto físico a través de la piel, tienen un mayor y más saludable crecimiento que aquellos que son adecuadamente alimentados, pero no sacados apenas de las incubadoras. Una tercera condición para un sano desarrollo es un entorno protector, sereno, relajado, en el cual el niño crezca sintiéndose protegido en su indefensión, que en los primeros años es casi total. Una cuarta, en relación con la anterior, es la percepción del afecto entre los padres, del respeto mutuo, del amor que se profesan y del cual el niño es consecuencia, esto también  proporcionará la confianza, la seguridad necesaria para un desarrollo armónico. Una quinta será el poder interactuar con el entorno, investigarlo, e incluso equivocándose, pero siendo corregido con respeto. Una sexta será tener la oportunidad, sobre todo a partir de los tres, cuatro años, de interactuar con otros niños y tener así un acceso a la socialización. Una séptima y quizá la más importante, será el amor incondicional. Cuántas veces los padres cometen el error de supeditar el amor a la conducta del niño, “si no haces esto mamá no te quiere”, o se dan reacciones fuertes y rechazo afectivo por parte de éstos, ante las conductas no deseadas de los hijos, con lo que no hacer las cosas bien, puede significar que no va ser amado, o así será interpretado por el niño, esto inhibirá la experimentación con el entorno, limitando la experiencia, generará miedo al fracaso y la consiguiente angustia, por tanto el amor incondicional sentido por el niño, resultará condición elemental para un sano desarrollo humano.


Estas y algunas otras condiciones serán necesarias para que se establezca una base sólida sobre la que desarrollar una óptima adaptación. No significa que de no ser satisfechas ya no habrá nada que hacer, pues posteriores experiencias, por ejemplo una psicoterapia, podrán modificar determinados estados patológicos, pero no todos. Consideramos que muchas de las neurosis y también algunas psicosis pueden tener su origen en la ausencia de algunas o varias condiciones de la referidas más arriba.

De adultos nos relacionamos con el mundo según la imagen que tenemos de nosotros mismos y ésta la forjamos en función de los resultados de nuestra interacción con el mundo, sin embargo, esta interacción con el mundo está condicionada por la idea que nos hemos forjado de nosotros mismos previamente, en la relación con las personas que nos han atendido en los primeros años de vida, normalmente los padres. Es decir, si un niño siente que responde a lo que sus padres esperan de él, es muy probable que confíe en sí mismo y ose afrontar con seguridad y confianza aquellas actividades en las que recibió de sus padres  la confianza de poder, de ser capaz y por tanto llevarlas a término con éxito, lo que redundará aún más en su autoconfianza y autoestima, que a su vez le dejará en buenas condiciones para afrontar nuevas situaciones con confianza, desarrollándose más y más seguro de sí mismo. Es por ello por lo que son tan importantes los primeros años de vida en el desarrollo de la personalidad.



La neurosis la definimos coloquialmente como una patología en la que se da un sufrimiento desproporcionado, exagerado, que no responde a la lógica. Son ejemplo de neurosis las fobias, como temor exagerado a montar en ascensor, avión o coche; creer tener una enfermedad o muchas que no se tienen, y que el criterio médico no tranquiliza, o lo hace por un breve espacio de tiempo, sería el caso del hipocondríaco; estados paranoides, pensar que hablan de uno o que traman algo contra uno, de forma obsesiva y sin ninguna lógica; trastornos obsesivos compulsivos como tener que contar cosas, lavarse repetidamente las manos por el temor a contaminarse; no atreverse, o sufrir por tener que hablar en una reunión de vecinos, o tener que levantarse e irse de un cursillo, o simplemente sufrir por tener que preguntar algo, o dirigirse a alguien, etc. Todos estos trastornos, salvo cuando son consecuencia de una experiencia traumática clara, suelen tener que ver con la insatisfacción de algunas de las condiciones necesarias para un sano desarrollo psicológico, expuestas más arriba.


Si imaginamos un niño que desarrolla un autoconcepto sano, difícilmente, en condiciones normales, va a vivir preocupado por la imagen que da, o qué pensarán de él, o si hará el ridículo, etc., en cambio si imaginamos a un niño en el que la educación ha sido llevada a cabo con crítica negativa, con gritos o con agresiones también físicas, fácilmente comprenderemos que de mayor tenga tendencia a estar preocupado por la imagen que da, dude de sus capacidades, tenga tendencia a querer controlarlo todo, incluido lo que de él piensan y ya tendremos con toda probabilidad un mayor o menor grado de neurosis.


Lo peor del caso es que cuando uno no ha satisfecho alguna de esas condiciones, imaginemos que no ha sido adecuadamente tratado, por ejemplo ha sido excesivamente criticado, maltratado y no lo ha corregido, es probable que se haga adulto pendiente de la imagen que da y tratará de adaptar sus actos de modo que dé la mejor imagen posible con el fin de ser aceptado o no rechazado, haciéndose dependiente del otro para el propio bienestar, es decir tratará de encontrar, en la valoración de los otros, la autoestima, cosa normal en la niñez, en la que el niño tenderá a pensar que vale si el adulto, en especial el padre y la madre, le valoran, pero no en la adultez, donde la valoración ajena ha de ser posterior a la propia, a la personal. Solamente cuando la actitud del adulto satisface al propio adulto, cuando actúa sin depender del criterio ajeno y consigue que sus relaciones fluyan, solamente ahí se estará dando el proceso terapéutico, es decir estará modificando el autoconcepto negativo instaurado y saliendo de la neurosis. Y es que cuando se actúa para los demás, es decir para que los otros tengan una buena imagen de uno, nunca se va poder tener la certeza del propio valor, ya que siempre cabrá la duda de que puedo ser valorado por algún tipo de interés  y no por el propio valor. 


Además la vida nos enseña que podemos portarnos mal, pero como estamos con una persona excelente, nos perdona, entiende y responde favorablemente, y a veces es al revés, nos portamos bien con alguien, pero como tiene mal día o no es tan excelente, nos responde mal. Es por ello por lo que no podemos corregir nuestra neurosis en función de la valoración ajena de nuestros actos, sino de que nuestras relaciones fluyan positivamente como consecuencia de exigirnos a nosotros mismos eso que esperamos de los demás, comprensión, empatía, generosidad, perdón, tolerancia, respeto…, en una palabra, amor, hacia los demás y hacia nosotros mismos.


Suelo decir que hay dos tipos de amor, aunque ambos egoístas, uno sería sano y otro no tanto, el no tanto, se da cuando amo para ser amado, y el sano, cuando amo porque me satisface amar. En una entrevista de Jesús Quintero a Alejandro Jodorowsky, le preguntaba acerca del amor, le pedía que le dijera qué era para él el amor y Jodorowsky le contestó que ahora que tenía 80 años lo había comprendido, le dijo que lo pasaba tan bien amando, que le daba igual que no le quisieran, tal vez se olvidó decir que, además, precisamente ahora que no buscaba ser amado era probablemente cuando más lo era.


Para terminar me gustaría remarcar la idea de que el proceso terapéutico es más firme, rápido y provechoso, cuando la persona se centra en la realización de las actividades terapéuticas pertinentes, sin turbarse por posibles juicios ajenos, sino centrado en la satisfacción personal, cuando deja de ser turbado por el posible juicio del otro y se mueve por lo que íntimamente considera positivo.
Suelo decir a mis clientes que en esta ida vale todo, se puede hacer todo lo que a uno le dé la gana, menos hacer daño a los demás y a uno mismo, y sobre lo que es dañino, hay que escucharse a uno mismo. Como dice Manuel J. Smith en su magnífico libro Cuando digo no, me siento culpable, “yo soy mi primer y último juez”.



Por Miguel Ángel Ruiz González

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